La terminé en marzo de 2006.
Una de las fotos que tomé paseando por el campo me pareció interesante para interpretarla en el lienzo. Digo interpretarla porque cambié los colores y las formas.
Tenemos tres planos: el de frente, el del medio y el fondo (además del cielo que preferí ponerlo de un solo color liso para no recargar más la composición).
En el primer plano hay rocas, tierras, rojas, azules, moradas... Un poco de reflejo del sol en la hierba lo une con el segundo plano, exageradamente amarillo en algunos puntos.
El fondo se cae el lado. Esto le da movimiento. Lúgubre fondo del bosque con misterios escondidos. Más rojos, ocres, árbol con forma de mujer. Me gustan las pinturas con variedad cromática.
En el centro un poco desplazado, el protagonista, el árbol seco que destaca por su posición y por ser el único que no tiene hojas. Son encinas, o sea, de hojas perennes. En la realidad sí tenía hojas. Al pintarlo, primero pinté el tronco y las ramas principales. Al ver el resultado me gustó y pensé que pintar las hojas no lo iba a mejorar y es posible que lo empeorase, así que lo dejé como está. Le da dramatismo.
Es curioso como el proceso de elaboración de la pintura te va llevando por unos caminos que desconoces al empezar y cómo la inspiración, la intuición y diferentes sensaciones te van guiando.
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